Una convalecencia placentera

Una convalecencia placentera

Por Leandro Ureta.

Esa mañana iba apurado esquivando los desniveles de una calle que conocía de memoria. Mi bicicleta Winner plateada, acompañaba cada uno de los movimientos que hacía con el cuerpo casi coreográficamente, a pesar de ser de un rodado mayor al que yo podía controlar. Era una bicicleta grande, porque en esa época, en casa, las cosas no se compraban pensando en su funcionalidad inmediata, sino ¡para que duren! Y según mis padres, esa bicicleta tenía durar un par de años más, al menos hasta que yo “terminara de crecer”.

Odiaba tomar clases particulares de inglés, odiaba que fueran los sábados, y por sobre todas las cosas, odiaba que fueran por la mañana. Lo único bueno de esa tortura juvenil, es que tenía permiso para ir solo, en bicicleta, y andando por la calle.

De todos modos, a finales de los noventa, cualquier niño de doce años hubiese preferido seguir durmiendo hasta tarde, antes que levantarse temprano para cumplir con el mandato familiar de tener que estudiar. Pasarme a “la cama grande” para ver Los Caballeros del Zodíaco, era una opción mucho más atractiva: El temperamento de Seiya, su armadura de Pegaso y la dulce mirada de Saori, se me hacían mucho más interesantes que los participios pasivos de un idioma que no era el mío. Pero obviamente mis viejos no compartían esa mirada, puesto que ellos, tenían otros planes para mí.

En aquel tiempo muchos padres padecían de una detestable obsesión, por arrastrar a sus hijos somnolientos a un sinfín de actividades, que los niños rechazábamos como Mafalda a la sopa: Lecciones de guitarra, natación, atletismo, canto, karate, portugués, o como en mi caso… clases de inglés particular. Cualquier cosa que nos mantuviera ocupados, y por transitiva, de muy mal humor.

Claro que hoy, en retrospectiva, no puedo estar más que agradecido por la infancia que me dieron, pero aquel niño de doce años, montado en esa bicicleta, no entendía de esfuerzos, ni de sacrificios, y mucho menos de responsabilidades. Por eso iba en bajada por Domingo Aramburú, a todo pedal, concentrado solo en una cosa: La excusa que debía inventarle a Nelly, la profe de inglés, para que no me rezongara por llegar tarde a clase otra vez.

Yo pensé que me daba el tiempo para cruzar y él pensó que yo iba frenar, por eso el accidente fue tan inevitable como sencillo: El auto justo reiniciaba la marcha, al mismo tiempo en que yo pasaba por delante suyo como un bólido. Apenas alcanzó a tocarme de costado, pero el roce fue suficiente como para hacerme salir despedido hacia adelante, rodando por el suelo. Al instante me pegué flor de cagaso y pensé lo peor, pero por suerte… solo había sido un susto.

Un poco aturdido, me acomodé y me senté en el medio de la calle. Estaba en el cruce con Constitución, a una cuadra y media de lo de Nelly, y a dos del Barrio de los Judíos. Hacia un lado, detenido, estaba el auto, a un metro suyo estaba mi bicicleta, al otro costado mi mochila, y un poco más allá habían varios curiosos que comenzaban a acercarse para preguntarme si estaba bien.

No sentía dolor alguno, pero solo con verme el brazo, pude darme cuenta de que algo andaba mal: A la altura de la muñeca, mi mano derecha hacía una curva que no era normal, y si bien el hueso no había roto la piel, pude identificar la lesión… me había quebrado.

Recuerdo perfectamente la cascada de pensamientos que pasaron por mi mente en aquel instante. Me imaginé a mí mismo, levantando la mochila con una sola mano, y caminando con la bicicleta al costado hasta la puerta de lo de Nelly, que, por cierto, debía estar esperándome. Me imaginé sus nervios, y luego los míos, llamando a mi madre por teléfono para contarle lo que había sucedido. Y eso era lo peor, imaginar los gritos de ella, del otro lado del auricular, a las puteadas y anticipándome un inmediato castigo: ¡No vas más en bicicleta!

Perder ese privilegio con olor a independencia, me dolía más que el hueso roto. Ir al inglés solo, en bicicleta, y andando por la calle, era un derecho adquirido, que había conquistado relativamente hacía muy poco, y la idea de que me fuera arrebatado, por mi propia negligencia, era devastador.

Todo cambió de repente cuando me levanté del suelo, y sentí el dolor físico más intenso que he sentido, hasta el día de hoy. En solo un segundo, un shock de electricidad recorrió toda mi pierna izquierda, atravesándome el tobillo, la pantorrilla y los testículos, para estallar después en mi estómago. Solo atiné a pegar un grito, antes de caerme al piso nuevamente. Con mi mano sana, pude arremangar el pantalón vaquero que llevaba puesto, para ver y entender lo que estaba pasando… también me había quebrado la pierna.

En el Uruguay de 1998 el mundo de las telecomunicaciones era bastante diferente al actual. El contacto era casi que exclusivamente, a través del viejo y querido teléfono fijo que iba conectado a la pared. No existían los celulares, los teléfonos públicos muchas veces no andaban, y la “internet”, era solo una palabra rara que andaba por ahí boyando, a la que pocas personas de nuestro continente podían adjudicarle un significado real.

Mi tobillo estaba roto y el pie colgaba laxo hacia aun costado. Si no lo tocaba no dolía, pero al menor movimiento sentía como si un millón de agujas se clavaran directamente en el hueso. Por eso, hoy me resulta asombroso, que aquel niño, que comenzaba a llorar de los nervios y del dolor, completamente solo, en el piso, y con dos fracturas, fuese capaz de recordar los teléfonos del trabajo de sus padres, y de darle perfectas indicaciones a un extraño, para que pudiera ubicar la casa de Nelly, unas cuadras más abajo, y así avisarle de lo sucedido.

Por suerte el hecho fue anecdótico y no marco ni un antes y ni un después en mi vida. Las fracturas se redujeron con éxito, sin clavos ni tornillos, y el pronóstico médico era más que alentador.

Igualmente pasé varias semanas postrado en un sillón, sin poder moverme demasiado, y teniendo que recibir ayuda hasta para ir al baño. El yeso de la pierna iba desde la punta de los dedos del pie, hasta la ingle, y pesaba varios kilos. Mi brazo derecho también estaba inmovilizado por un yeso, que iba desde el hombro hasta la punta de los dedos de mi mano, quebrando antes en el codo y formando una “L”.

Podría decir que la recuperación fue dura, que estaba deprimido, que me dolía todo, y que tenía miedo de cómo me fuera a quedar la pierna, pero la verdad… es que estaría mintiendo. En mi opinión, o más bien en la opinión de aquel niño que cursaba segundo año de liceo, el accidente había traído consigo varias ventajas que superaban la incomodidad de la convalecencia: No tenía que ir a clases, no tenía que levantarme temprano, y como a la tarde pasaba varias horas solo, podía ver toda la televisión que quisiera.

Esto último configuraba una victoria suprema por encima de todo lo anterior, ya que, por aquel entonces, los pibes de doce años como yo, no teníamos jurisprudencia sobre el control remoto. En casa había una sola tele, y el orden jerárquico no admitía discusiones: Yo solo podía ver, lo que los demás estuvieran viendo, y primero estaban mis padres, luego mi hermana mayor, y por último yo… los reyes, la nobleza y el siervo.

Pero ahora, mientras mis padres trabajaban, mi hermana estudiaba y yo me recuperaba, tenía carta libre para ver lo que quisiera durante horas.

Como no recordar con una sonrisa aquellos meses de quietud, donde incluso quebrado y con algunos dolores, podía disfrutar de aquello que se me había negado durante tanto tiempo. Como no recordarlo con una sonrisa, si fue entonces cuando comencé a descubrir, el significado de la felicidad.

Con el pasar de los días y desde otro ángulo, mis viejos se preocupaban por las horas de soledad que ocupaban mis tardes, y comenzaron a consentirme sustantivamente. Como en aquel momento tener televisión por cable era un lujo, (esquivo para nuestra economía), me alquilaban películas de VHS en el Video Club del barrio, casi a diario.

Yo estaba fascinado, apenas diez días después del accidente ya me había visto todas las de Disney, algunas incluso hasta dos veces. Ya para la cuarta semana, estaba incursionando en lo que yo creía que eran filmes un poco más “maduros”, más “de grandes”, como Armageddon, Contracara, o Jurassic Park. Desarrollé entonces un gusto especial por las interpretaciones sobreactuadas de Nicolas Cage, los efectos especiales de Steven Spielberg, y las bandas sonoras de John Williams, descubriendo también el fantástico mundo de los viajes en el tiempo, las invasiones alienígenas y los asesinos a sueldo.

Tuvieron que pasar años para darme cuenta, que fue en aquel entonces, cuando desarrolle una sana adicción por el séptimo arte, una obsesión que me acompañaría por el resto de la vida.

A veces a la tarde, cuando estaba solo, entre película y película, me las arreglaba para ir hasta el baño sin que mi familia lo supiera. No era una tarea fácil, con un brazo y una pierna menos, carecía de los puntos de apoyo necesarios para trasladarme normalmente, viéndome obligado a reptar por suelo, como un soldado mutilado, que busca traspasar las líneas enemigas en medio de un enfrentamiento bélico, la diferencia era: Que yo quería hacer caca. El trayecto demandaba mucha energía y destreza, pero por sobre todo… paciencia, ya que apenas podía moverme unos centímetros con cada esfuerzo. Arrastrarme de esa manera era una situación incómoda, pero valía la pena, porque más incómodo era tener que cagar con la ayuda de mis padres y depender de que ellos me limpiaran el culo cuando terminaba.

Aún en esas circunstancias, tenía todo lo que un niño podría necesitar para ser feliz, tiempo libre, películas con las que entretenerme, y una hermana mayor, que, por primera vez, se veía obligada a cumplir las órdenes de su hermano menor: ¡Tráeme agua, alcánzame el control remoto, haceme un Vascolet!

El tiempo siguió pasando, la culpa de los más grandes siguió aumentando, y con ella, también aumentaron los beneficios. Los viejos me compraron la consola de juegos de la época, un Family Game. Un tío que viajaban seguido al Chuy me trajo un juego de sabanas del Rey León, y el vecino de enfrente a casa, movió sus contactos para conseguirme una remera de Nacional con la firma de Gianni Guigou, Gustavo Varela y Rubén Sosa, una remera que luego sería la envidia de todos mis compañeros cuando volviera al liceo.

Todo giraba en torno a mi confort, comía “Palitos de la selva” a destajo, recibía visitas de la abuela, hablaba por teléfono con mis amigos, y jugaba al Mario Bros ¡con Mario!, desafiando aquella antipática ley de la época, que obligaba a los hermanos menores a jugar siempre con Luigi.

Desde mi puesto de vigilancia, en el sillón del living, tenía absoluto control sobre todos los movimientos del hogar, salvo por las conversaciones que se daban en la cocina, a donde mi super oído no era capaz de llegar. Por eso, fue ahí mismo, donde una tarde, mis padres “cocinaron” su próxima sorpresa.

Yo ya tenía algunas sospechas, hacia algunas semanas los había escuchado discutir, sobre la posibilidad de contratar un servicio de televisión por cable, pues el alquiler de varios VHS a la semana, en ocasiones igualaba el valor de la cuota de estos servicios, ¿podría ser eso? La idea parecía tener sentido para todos, menos para mi madre que se oponía fervientemente a pagar la cuota “de algo que nunca iba a ser nuestro”.

Desde el sillón los oía conversar, creí escuchar la palabra “televisor” y paré las orejas como un zorro. Siempre había querido tener una tele en mi cuarto, pero ni los tíos con plata, ni Papa Noel, o siquiera los Reyes Magos (que eran tres), habían sido capaces de darme esa satisfacción, ¿sería entonces mi nueva condición médica la encargada de poner las cosas en su lugar de una vez por todas?

Entusiasmado, entrecerré los ojos y agudicé mis sentidos. El eco y la distancia hacían lo suyo para aumentar la incertidumbre, deformando sus voces hasta un nivel incomprensible, pero eventualmente escuche mi nombre, confirmando un dato de vital importancia: Definitivamente estaban hablando sobre mí.

En el liceo, en mi clase, éramos treinta y pico de alumnos, pero solo tres o cuatro tenían computadora. Esperar un regalo de esa magnitud era comparable a recibir un jet privado, pero mi ambición adolescente crecía a un ritmo vertiginoso ¿talvez lo estaban considerando? A esas alturas, con todo lo que había pasado, mi cerebro seguro estaba desdibujando la línea entre lo real y la fantasía, pero como “soñar no cuesta nada”, seguí enlistando en mi mente todas aquellas cosas que anhelaba tener, como si estuviese en febrero, próximo a mi cumpleaños.

Al cabo de unos minutos, volvieron al living con una expresión en el rostro que no supe descifrar. Arrimaron dos sillas, las pusieron a mi lado y se sentaron: “Tenemos que decirte algo”, me dijeron, y comenzaron a hablar.

Al principio no entendía lo que querían decirme, pero estaban demasiado tranquilos como para estar oficializando un posible divorcio, o la llegada de un nuevo integrante a la familia.

Mencionaron mi elevado estado de ánimo, mi progresiva y ascendente recuperación, así como el tiempo que aún quedaba por delante antes de que pudiera volver a andar por mis propios medios.

Yo escuchaba pacientemente esperando la noticia, disimulando cualquier gesto que pudiera delatar mis variadas conjeturas. Hablaron sobre el futuro, el tiempo perdido y de cómo poder recuperarlo, hasta que de un sopetón me lo dijeron.

La noticia me cayó como un balde de agua fría, el castillo de naipes se desmoronó en un instante, y en la garganta se me formo un nudo que me dejó al borde del llanto: Nelly se había comunicado con ellos… movilizada por la culpa y con el afán de ayudarme, se había ofrecido a darme las clases de inglés particulares en mi casa, ¡en mi propia casa! Vendría tres veces por semana, incluyendo obviamente los sábados, y las clases serían siempre… en el horario de la mañana.

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Por el autor… o sea yo:

Bueno, si estás leyendo esto, quiero agradecerte con efusividad, por tomarte los minutos necesarios como para llegar hasta acá. En los tiempos que corren, muchas veces la tecnología nos aleja de la lectura y de la posibilidad de establecer una conexión real con el otro, más allá de la propia virtualidad, por eso nuevamente ¡gracias!

En los últimos meses estuve reflexionando mucho acerca de esto, de cómo comunicarme, como expresarme, como conectar desde otro lugar… y así fue que comencé a materializar la idea de escribir un libro. No puedo adelantar muchos detalles, pero puedo contarte que éste ¡es el primer relato que hago público en las redes sociales! y que forma parte de un conjunto de textos cortos (e independientes cada uno entre sí) que serán próximamente editados y publicados, para el deleite personal de mi artista interior, y de quienes tengan ganas de conocerme un poco más, leyéndome.

En este libro habrá de todo, menos ficción: Historias reales de la infancia, la adolescencia y la adultez. Dramas existenciales y anécdotas graciosas, reflexiones sobre la vida, la política, las drogas y la religión. Experiencias de viajes fantásticos y de fantasías sexuales, cosas que me pasaron a mí, pero que seguro también te habrán pasado a ti también, o no… quien sabe.

Pronto estaré publicando por acá, algún nuevo capítulo, a la vez que otras historias quedarán reservadas exclusivamente para cuando salga el libro, por eso, mientras, espero que me puedas dejar un comentario contándome si te gustó el material compartido, y si así fue, te pido lo compartas en tus redes sociales, para que cada vez más gente se entere de este proyecto literario en el que estoy trabajando.

 


99 respuestas a “Una convalecencia placentera”

  1. Me encantó, me gusta la lectura q cuando vas leyendo tu cabeza va imaginando todo lo q te ha sucedido y como q te estoy viendo, me hicistes acordar a la forma de escribir de Isabel Allende vamos por más enhorabuena 👏

  2. Excelente relato, te mantiene enganchado, sin duda lo tuyo va x ahí…la expresión escrita y oral es tu fuerte!! Lo más bueno además, es desarrollarte en lo que te gusta. ¡¡Me encantó!!

    • Gracias por el comentario Claudia, ¡que bueno que lo hayas leído! Y saludos a la familia ♡♥

  3. Honestamente me atrapó la lectura de esta anécdota, que supongo será verídica. Me encanta tu manera descriptiva de expresarte, ¡parece que te estoy viendo!
    Así que te felicito y espero que sigas escribiendo así, hasta lograr llenar tu primero de muchos libros. Un abrazo, Lupe.

  4. IMPRESIONANTE LEANDRO, FELICITACIONES! ME RE COLGUE LEYENDOLO. CONOCIENDO TU FAMILIA ME HICE TODA LA PELICULA CON LOS INTEGRANTES EN VIVO Y EN DIRECTO! ABRAZO…

  5. Me gustó el relato, de una realidad sin ficción. Como se que SOS un audaz quedó esperando el relato de la adultez tengo que esperar, faltan otros capítulos en el medio saludos. Yo también tengo una hermana mayor la cuál tu conoces y tuve una Madre muy autoritaria, mi padre murió cuando yo tenía 9 años. Quedo esperando…

  6. Excelente Leandro, te sigo, me encanta como a la patética realidad la logras tramitar con Humor, siendo más fácil conocer las noticias. El humor es fundamental No dejes de seguir estando en YouTube con tus noticias mordaces pero reales.

  7. Me sorprendió, que bien escribes! Muy atrapante, sencillo y entretenido. Espero ansiosa los próximos capítulos y eso que he perdido la calidad de asidua lectora. Gracias Lydia.

    • Será una edición independiente, de muy facil acceso para conseguirlo pero que no pasara por librerías, tal vez alguna puntual claro, pero tratando de evitar los intermediarios.

  8. Muy bueno Leandrito!! Yo soy una veterana y escribo desde q tengo 8 pero nunca publique nada, me encanta tu manera de expresar, es como q cada cosa q contas la fuera viendo. Adelante sos muy bueno!!!

  9. Genial, a mi me atrapó y también me olvidé de tender la ropa, jajaja, buenísimo, seguí así, vas por buen camino, cada día te admiro más, genio total, además no es fácil hacer que la gente lea algo extenso y sin abreviaturas ni códigos como lo hacen en los mensajes de texto, que la gente grande como yo tiene que hacer un curso para entender, saludos y muchos éxitos con esta nueva etapa, felicidades!!!

  10. Me encantó! Transmitís tan bien la experiencia, que me dolieron el brazo y la pierna. Qué decepción la compensación recibida jaja! Cuando publiques lo compraré. Saludos!

  11. Confieso que cuando comencé a leer tenía en mi mente decirte que siguieras con los monólogos, que es lo tuyo. (Se extrañan, además). Sin embargo, me encontré con una narración fresca en primera persona, con un Leandro personaje lleno de inocencia y «malicia». Esa malicia naiff que tenían los adolescentes de los 90 y que les hacía creerse los «más vivos», la de mis hijos, la de mis alumnos, la que llena de verosimilitud tu relato. Espero el libro.

    • Gracias por tu mensaje, ¡esa es la idea! mostrar otra faceta, que me conozcan un poco mas, y entender que hay otros códigos de humor que tambien se se pueden consumir por acá, leyendo, mas allá de los videos y los monólogos en vivo ¡GRACIAS!

  12. Muchas gracias, narrativa atrapante, también pasé mi adolescencia en la Comercial y mi profesora de inglés era cerca de la casa de Nelly y el remate imprevisible.

  13. Me encantó 😍 La manera de contar la situación, te engancha….además que por una cuestión de edad me sentí identificada con varias de las cosas que describiste de esa época…. Te sigo siempre y me encanta lo que haces….

  14. Buenísimo, soy veterana, recordé las historias de mis hijos, que por cierto no tuvieron accidentes tan jodidos, pero mis reacciones hacia algunas cosas fueron iguales a la de tus padres. Espero no me odien por eso jajaja. Seguí escribiendo, me gustó mucho y quiero seguir conociendo tu historia.

  15. Atrapante y entretenido relato, sin duda un gran talento !!!!!! Espero tus nuevos cuentos, además conozco a tus padres y mientras ibas relatando me mataba de risa imaginando sus accionares.

  16. A mi me re gustó. Es un libro q compraría, ameno y con humor. «comía palitos de la selva a destajo» me encantó. Por favor quiero poder enterarme cuando el libro salga a la venta, soy de Paysandú. Y también si subís otro capítulo x acá.

    • Voy a subir sí, y cuando salga el libro me voy a encargar de que llegue a todos lados donde sea requerido, ¡Lo prometo!

  17. Que decirte, me encantó el relato y la forma en que la trama se dio, no agregaste nada que no fuera necesario, dijiste lo que realmente sucedió de una forma asombrosa y me encanto leerlo. Me quede con ganas de más… Orgulloso de vos, siempre.

  18. Siii, me encantó. Me copié el enlace para leerlo después y no pude parar. Me lo leí de un tirón (en vez de ir a tender la ropa)
    👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻

  19. Muy bueno lean! La verdad me quedé con ganas de saber más y que nos lleves un poco atrás en el tiempo, súper identificado con los relatos, que felices que éramos y no lo sabíamos que loco che! Abrazo y éxitos.

    • Lo éramos! totalmente de acuerdo! Y tenemos que lucharla para que esa sensación vuelva!

  20. Hermoso el bracito de tu bb.
    Amo este tipo de relato.
    Espero lo termines pronto para ir a leerlo.
    Seguí adelante vas ha ser un gran escritor.

  21. Locurita, qué lindo relato. Me transportó. Felicitaciones, espero ansiosa el próximo. Aaaa
    AL fin alguien recuerda los caballeros del zodiaco.

    • Como olvidarlos, «el poder del cosmos» me sigue acompañando jajjaja. ¡A compartirlo!

  22. Te sigo desde siempre Leandro. Eres un artista con todas las letras. Sigue así y te compraremos el libro. ( Tengo un hermano librero en Maldonado, tal vez me haga precio, jaja) y si no me hace precio igual lo compraré.

    • Jajjaja puede ser muy buena idea tener un punto de venta en Maldonado! hablemo$ jajajja

  23. Amigo, no me sorprende para nada esa capacidad tuya de contar historias, no solo leí lo que escribiste, sino que pude verlo. Tenes un talento increíble para conectar a través de la escritura también. Quedo a la espera de más y por supuesto, a la espera del libro. Felicitaciones

  24. Me encantó!! Lograste atraparme y no soy una gran lectora. Confieso que cuando vi que necesitaba 14 min, pensé… es un montón!!! Pero disfruté leerte, me llevaste a viejas épocas y me hiciste reir. Sin dudas, voy a querer el libro. Felicitaciones por el proyecto. Éxitos!!!

    • Son 14 minutos, que se escribieron en 14 horas, y que se gestaron hace mas de 14 años… parece mucho pero no es nada… ja ja ja.

  25. Gracias Leandro por compartir un bracito de tu bebé. Realmente el arte en los poros se te nota. Admiro tu capacidad de transmitir al otro: Rabia, risas, tristeza, dolor, amor y compasión. Te sigo en redes y en la tv, ahora este capítulo de tu libro me desbordó de cariño, solo me falta verte actuar, ya iré y te veré face to face. FELICITACIONES y por muchos éxitos en todo lo que te propongas. Gracias por compartir tu carisma. Mucha merde

  26. Me encantó como está redactado, te hace ver la película de lo que narrás y de repente sentirte identificado. Muy bueno Leandro.

    • Bueno fuera de joda… también estoy escribiendo el guion de una película… así que quien dice en breve…

  27. Leandro querido!!!!! Me súper encantó tu relato y me trajo el recuerdo de esa semejante caída que tuviste en aquellos años de tu pre adolescencia. El modo con que narras los detalles es encantador y al mismo tiempo atrapante. Esta nueva versión tuya pinta muy prometedora. Me encantan los cambios y las nuevas propuestas donde se vea la evolucion del arte que quieres transmitir. Al final, el humor, infaltable !!!!! Me quedé con ganas de seguir leyéndote. Espero las próximas narraciones. TE SÚPER FELICITO!!!!!

    • Gracias Adda! Mientras escribía, iba reviviendo cosas que ni yo mismo recordaba, fue un lindo ejercicio que terminó conformando este relato… y en breve se vienen mas! Abrazo grande!

  28. Buenas!! Linda anécdota y buen relato. Te leo y me imagino a mi hijo de 9 años que comparte esa obsesión por las pantallas (y que yo me dedico pacientemente a controlar para que no le ocupe sus lindas horas de crecimiento). Me encanta que la gente se anime a escribir, yo no escribo pero me encanta leer, así q cuando saques el libro, seguro compro. Adelante!

  29. Hermano gracias por compartir este hermoso material, sobre todo una historia que nos podía pasar a cualquiera, espero ansioso nuevas entregas te mando un fuerte abrazo desde Carolina del Sur. Julio Pazos

    • Es muy… ¿loco? saber que hay alguien leyendo desde tan lejos. Gracias por estar del otro lado, cuando salga el libro te lo mando por encomienda jaja.

  30. Me hizo reír muchísimo la sorpresa familiar. Está muy bueno. Lo que no me gustó fue lo de la marca de la bicicleta, solo que sea por canje…

    • Jajaja, ¡pero tenía 12 años! casi que no existían los canjes en esa época. Además las bicis Winner de Motociclo no existen mas, porque Motociclo… se fue al cielo…

  31. Me enganché desde las primeras frases, bien detallado, hiciste que viviera el momento, esa quietud con las orejas paradas, los pedidos a tu hermana, te sentías como un rey.
    Muuuuy bueno!!!! Adelante

  32. Thanks, thanks, thanks, jajaja ¡me reí muchas veces! Linda historia, gracias, gracias, gracias, y ya sabes que te deseo lo mejor siempre 👏👏👏👏👏👏👏

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